Extracto: El Ministro Oscuro

Extracto de la página 63



—¿Has tenido suerte de conocer a alguien como nosotros? —pregunté para darme cuenta de lo poco explicito que aquello se escuchaba—, una chica, quizás. 
—Una maravillosa esposa, de hecho —me dijo elevando la voz mientras yo me acercaba a la puerta asegurándome de poner los seguros en la entrada. 
—Para decidir casarte supongo que debe ser perfecta y claro, algo muy especial debe poseer —caminé tranquilamente rumbo a unas escaleras e hice una mirada rápida para saber si era una salida fácil. Sonreír en mis adentros al ver que aquella otra entrada estaba asegurada con algunas cajas y un par de cubos de basura así que calmadamente regresé hacía la barra—.  No muchos de los nuestros optan por casarse estos días
—Por supuesto, ella es perfecta —me dijo. Se escuchaba el ruido de la cocina mientras la comida era empaquetada en una bolsa—. ¿Estás casado? 
—Lo estuve, una vez, casi cometo el error por segunda vez hace unas décadas —le dije, era verdad. Ambas lo eran—. Mi primera esposa demandaba mucho, era una mujer difícil, le gustaba espiarme y reclamar por todo. Con la segunda, dude —sí, aquello lo dije con sarcasmo— y pronto la locura se borró de mi mente.
—¿Cuándo fue eso? Me refiero a tu boda —preguntó en una pésima decisión de entrometerse en mi vida. Aunque poco importaba pues lo que le diría no tendría la oportunidad de contarlo. 
—En 1524 —respondí con sinceridad. 
Sebastián salió casi de inmediato de la cocina con una mirada de sorpresa que luego cambió por una risa alegre. 
—Esa es una buena broma, no vivimos tanto. 
—No cuando se es un Oscuro común —le dije en un hilo de voz—. Algunos vivimos más qué eso, los descendientes de Samael por ejemplo. 
Su expresión se petrificó y me miró con suspicacia, ahora reía de forma nerviosa. 
—He escuchado rumores de que ellos han vivido más que los ancianos del consejo. 
—Es cierto, sí. ¿Si te preguntó algo me responderás sinceramente? 
Él levantó su vista con duda, seguramente en alguna parte de él, aun había esperanza de que todo fuera una broma de mal gusto enviada por alguien más. 
—¿Qué cosa? —preguntó, titubeante. 
—¿Qué se siente matar humanos? —pregunté con frialdad y de inmediato noté su corazón acelerarse. 
—Jamás he hecho eso, está prohibido —recitó tratando de mantenerse afable, su corazón ya lo había delatado. Esos pequeños latidos que se aceleran y rápidamente se vuelven más perceptibles en el cuerpo de quién miente.





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